Aritz INTXUSTA
CRISIS INTERNA EN UPN

BARCINA ENTIERRA EL DEBATE Y SIEMBRA LA DISCORDIA EN UPN

La dimisión de Barcina aleja la posibilidad de un Congreso en UPN y con ello se evita la confrontación de ideas, reduciendo todo a una batalla por la silla. Es tal la división interna que abrir un debate puede ser letal para la cohesión de un partido que solo sabe mandar.

La presidenta certificó el jueves su adiós, aunque hacía tiempo que se daba ya por descontado. «Barcina ha dimitido» fue el titular del viernes y muchos se preguntaban «¿de qué?». Y en algo tienen razón, la noticia no era que Barcina se vaya, sino que el hueco que deja. O mejor, ¿por qué lo deja?

Con Barcina fuera, se queda libre el puesto del piloto. El problema es que parece que no hay nadie con autoridad suficiente como para sentarse en la silla vacía. Barcina dijo adiós remarcando que el partido necesita más tiempo para acometer «esos cambios internos acordes a la sociedad en cambio, que previamente hay que entender y valorar en profundidad». Y es cierto que están en un punto demasiado frágil para entrar a un debate en profundidad. De hecho, la gran jugada de Barcina es lograr más tiempo antes de que llegue un choque de trenes inevitable que, probablemente, vaya más allá de lo personal. Aunque, sin duda, la mala relación entre los líderes del partido es una clave fundamental para entender qué está pasando.

De la enemistad a la disidencia

A lo largo de sus años al frente de Iruñea y luego como presidenta, Barcina ha recibido un sinfín de ataques por parte de la oposición, pero las puñaladas más dolorosas las recibió en casa. Desde qué rompió con el PSN, todo ha sido una cadena de traiciones, motines internos y arremetidas personales. Y Barcina y los suyos, desde su posición de poder, tampoco han dejado ataque sin respuesta. Por eso, a estas alturas las enemistades personales son irreconciliables y eso dificulta enormemente recuperar la cohesión. En uno y otro bando saben que si alcanza el poder el enemigo, la única posibilidad de seguir en política es en otro partido.

Por otro lado, los fundamentos políticos en los que se sustentaba UPN son bastante simplones. Como ellos estaban en el poder, defendían el statu quo, es decir, España y los Fueros en su peculir concepción. Es la ideología del cacique: mantener todo como está para poder seguir siendo cacique. Ahora eso ya no sirve de nada. Por eso voces internas reclaman cambios a gritos. Como escribió el exdiputado Pedro Pegenaute el 19 de agosto: «Así, UPN a ninguna parte; peor, a su desvencijamiento, desvertebración, desorientación y caída social importante, con peligrosa pérdida de aceptación».

¿Qué hacer a partir de ahora? ¿Seguir actuando igual con la esperanza de que todo vuelva a ser como antes y las urnas le devuelvan el poder? ¿O mejor buscar el camino más corto para recuperar lo que ha perdido? Este, y no otro, es el debate que tiene encima UPN. Y esta discusión obligará al partido, por primera vez tras la ruptura con el PP, a trazar en fino su ideología de brocha gorda. Conlleva el riesgo de pasar de la inquina personal (que no justifica el abandono de la formación de los disidentes) a la verdadera discrepancia ideológica (que sí puede acabar en ruptura).

La apuesta de Barcina por celebrar una Asamblea logra aplazar la reflexión y es la última posibilidad para que todo siga como hasta ahora, de modo que el partido se limite tan solo a esperar. Sin un Congreso, no habrá documentos políticos, ni ponencias, tampoco se expondrán las cuentas. Todo eso se aparca. La Ejecutiva del partido trata de enterrarlo como si el debate no existiera. Y sin embargo, las tensiones están ahí.

Refundar la derecha navarra

La primera reflexión que se le viene encima a UPN es si hizo bien en separarse del PP. ¿Les va mejor juntos o separados? La ruptura es vieja, de 2008. Pero las relaciones no son malas del todo, ya que siguen aliándose para las estatales (no está claro qué harán en las próximas). En las forales, sin embargo, han ido por su cuenta en dos ocasiones: 2011 y 2015. La primera no tuvo consecuencias y Barcina pudo gobernar, aunque ir por separado no ayudó a estabilizar el Gobierno de coalición con PSN. Este año, llegó el desastre. Y muchas voces de la derecha navarra y la patronal entienden que ir por separado y dividir el voto supuso una temeridad.

A principios de este mes, el líder del PP navarro, Pablo Zalba, ofreció a UPN una «coalición sostenida y sostenible en el tiempo». No ha obtenido respuesta. Después de todo lo que supuso la ruptura entre ambos partidos, una propuesta de reunificación es demasiado seria para que la dirima la actual dirección. Hace falta un Congreso. Lo vino a reconocer el propio Javier Esparza, que no se cerraba a «una consulta con las bases» para ver si les conviene ir juntos a las estatales. La mano de Zalba sigue tendida, pero lo que busca el PP es más estable, volver a lo de antes «pero adaptado a la realidad actual».

El euskara y qué hacer con «lo vasco»

Otro conflicto irresuelto y candente es la posición sobre la identidad vasca en Nafarroa. «Llevo 33 años afiliado y jamás he oído a nadie decir: ¡que vienen los vascos! Muy al contrario, hemos ido a buscar su afiliación y compromiso con nuestro partido a Baztán, Erro o la Barranca». Esta afirmación la realizó Miguel Sanz en julio. Y el discurso choca con las críticas de Juan Luis Sánchez de Muniáin al euskara o con sus afines más viscerales, como los que silban a los alcaldes de Iruñea y Tafalla por hablar en euskara.

El ataque gratuito contra lo vasco, además, entorpece ahora sus posibles alianzas, porque tras el descalabro constante del PSN hay quien ve que el único camino para recuperar el poder pasaría por entenderse con Geroa Bai. «UPN tiene un sentimiento vasco muy fuerte y no tenemos que rechazar pactos con Geroa Bai, siempre que sean buenos para el conjunto de los ciudadanos», afirmó Amelia Salanueva cuando hizo pública su aspiración a liderar el partido. Esta reflexión está en el punto opuesto al ofrecimiento que hizo en mayo UPN a PSN e I-E para que gobernara María Chivite. Parece que el viejo lema de “Antes una España roja que rota” no se puede llevar ya tan al extremo.

Las élites de Iruñea y los pueblos

¿Hace falta un líder que marque un rumbo o el problema está en la base? UPN ha tenido siempre un complejo equilibrio interno. En un reciente artículo, la interesante y muy neoliberal web Navarra Confidencial teorizaba que «la demanda de los votantes del centro derecha va en la línea de un candidato ‘fresco, nuevo, sin lastres, viajado, urbano, formado y con convicciones’». No todos comparten eso. El mandato de Barcina provocó cierto desequilibrio en favor de las élites de Iruñea, que luego logró templar con su vicepresidente y hoy mandamás temporal Antonio Sola, de Fustiñana. Pero tras las elecciones y la caída en cadena de todos los barones locales urge una reconfiguración del reparto de poderes. Para unos, el partido es en exceso urbanita, y para otros, el conservadurismo rural es un freno.

¿Cuál es la voz de UPN?

Desde que UPN dejó el Gobierno, sus declaraciones parecen estar afectadas por un trastorno bipolar. En unos momentos, el partido se vende como buen gestor y se agarra a los buenos datos sobre el paro, etcétera. La última rueda de prensa en la Diputación fue cuidada al extremo, con informes, indicadores, previsiones de ingresos, ránkings... Parecía que UPN se ubicaba en la moderación para facilitar, de este modo, un regreso más pronto que tarde al juego de alianzas parlamentario. De pronto, todo cambió. Sus ataques a la ikurriña se volvieron agresivos y viscerales. Ahora pierde los papeles a cada rato, llamando «cacique» a Joseba Asiron o diciendo que las declaraciones de la portavoz del Gobierno «son el colmo del más absoluto desprecio a las víctimas de ETA». En definitiva, no se sabe dónde se va a posicionar. Y sin líder, no encuentra voz propia.

Mientras todos estos problemas afloran cada vez con mayor nitidez, la actual dirección sume ahora al partido en un debate de caras cuando la clave está en las ideas y, sobre todo, en que se ha pasado de tenerlo todo a quedarse sin nada.