Maider IANTZI
DIFÍCIL SITUACIÓN EN EL MÓDULO DE MADRES DE ARANJUEZ

Niños y niñas con derecho a ser libres y felices en prisión

Niños del módulo de madres de Aranjuez –no solo los vascos, todos– sufren muchas vulneraciones de derechos, desde la comida –«nefasta»– hasta los vises de convivencia, que obligan a realizar en una pequeña habitación y no en el jardín destinado a ello.

Hace más de dos años que, con el nuevo Gobierno del PP, cambió también la dirección de la prisión. Y con ello comenzaron a empeorar poco a poco las condiciones de vida del módulo de madres de Aranjuez: comunicaciones, salidas, comida, locutorios, megafonía… Han cambiado muchas cosas que pueden afectar al desarrollo tanto síquico como físico de los pequeños, que es fundamental en los primeros años de vida. Se está llevando a cabo un trabajo ingente para que se vuelvan a hacer las cosas como se hacían antes.

«Los niños están muy bien con sus madres, igual que ellas con sus hijos. Pero queremos que estén mejor. Hay muchos derechos que se vulneran, como el de tener una buena alimentación. La comida es nefasta, no hay un solo producto fresco para niñas y niños en desarrollo y eso no puede ser. Todo es congelado, manipulado, no hay yogures y la leche se da a partir de los 18 meses. Comen panga constantemente cuando está prohibida», explica Kontxi Ibarreta, madre de Sara Majarenas, presa en Aranjuez junto a su hija Izar, de 15 meses.

Justo mientras escribimos este reportaje, trasladan a Sara y a Izar a Valencia, a Picassent. Kontxi recibe la noticia con sorpresa. Le preocupa que lleguen bien y está pendiente del móvil. Al fin le llaman, están en el nuevo destino y se encuentran bien. La ama y amona ya está más tranquila.

Ahora quedan dos presas vascas en módulos diferentes. El hijo de Anabel Prieto saldrá en setiembre al cumplir tres años y ella será trasladada a otra prisión. Cuando, al no poder solucionar desde dentro esta difícil situación, las prisioneras pidieron a sus familiares que les echaran una mano desde fuera, eran cuatro madres vascas. Luego se quedaron tres. Ahora han trasladado a Sara, pero han decidido seguir con el trabajo iniciado, ya que no es solo para ellas, sino también para las presas comunes. Las vulneraciones de derechos afectan a todos los niños. Todos están a falta de cantidad de cosas.

Un trabajo para todos

Han confeccionado un dossier que están difundiendo por todo el Estado en busca de apoyo y les preguntan por qué este tema lo reivindican las presas vascas. «No es una cosa suya –insisten–. Se ha intentado involucrar al resto de presas. Ellas hablaron con las comunes, pero estas tienen mucho miedo y no quieren ni que se digan sus nombres», aclara Kontxi. «Nosotras no queremos meternos en jaleos», dicen textualmente.

Con las adhesiones –quieren hacer llegar el trabajo al mayor número posible de instituciones, asociaciones y personas que tengan que ver con infancia, prisión, mujer y derechos humanos– pretenden demostrar que lo que piden es justo. La Oficina del Defensor del Pueblo español también se ha implicado y eso ha sido muy importante. Ha entrado ya un enviado de la oficina y se ha entrevistado con el director y con doce presas, no solo vascas. «Se empezaron a soltar y reivindicaron hasta el autobús que no llega hasta la prisión, diciendo que sus familiares de Aranjuez no pueden visitarles», cuenta la ama de Sara.

Gracias al trabajo de presas y familiares, hay cosas que están mejorando. Por ejemplo, los txikis no tenían acceso al jardín. En julio pasado salieron tres tardes y en agosto dos; el resto tuvieron que estar en el cemento del patio, a veces a 40º C.

Ahora han recuperado ese espacio, «el único normalizado». Amplio, verde, con árboles y plantas, columpios, saludable para los niños, donde se oxigenan y juegan con la naturaleza. Las madres cuentan que se nota muchísimo cuando salen, por lo contentos que se ponen y lo bien que les sienta. Ahora pueden hacerlo todos los días.

Los familiares quieren hacer hincapié en que del tema de los niños en la cárcel apenas se habla. Hay cantidad de gente a la que apelan que les dice: «Es verdad, no hay trabajos sobre eso». Les parece interesante dar a conocer la realidad de que hay niños y niñas que viven dentro de la cárcel con sus madres, y en condiciones muy mejorables.

Vivir con dignidad

Hay muchos ejemplos en el mundo donde se vulneran los derechos de los pequeños. Dentro de la prisión de Aranjuez tampoco se respetan y «no se puede mirar hacia otro lado. Son pocos pero son niños. Por miedo no se dice; son tres años, luego sale y ya está. Pero hay que vivir con dignidad».

Un niño tiene derecho a un sueño reparador, a no tener estrés y a estar con los progenitores. «El tema de los vises de convivencia es muy peliagudo. Duran cuatro horas y tienen lugar en una habitación muy pequeña, cuando hay un jardín preparado especialmente para estas visitas». En cuanto a los 40 minutos de visita, antes se hacían en una sala donde se podían tocar, había contacto físico. Ahora se hacen en el locutorio.

Otra reivindicación de las madres es la flexibilidad en el horario de las salidas y entradas, que siempre tienen que ser a las 12.00 y a las 17.00. También en las salidas al patio. «¿Por qué hay que bajar al niño a las 16.30 si ha estado a la noche con fiebre y está durmiendo la siesta?», preguntan.

La anterior directora suprimió la megafonía. Si había que dar un aviso se hacía en voz alta y se escuchaba perfectamente, ya que el módulo es un pasillo con las puertas abiertas. Piden volver a eso. También que los recuentos sean a la misma hora, porque si no todo el tiempo se interrumpe el sueño del niño. Los cacheos se hacen delante de los pequeños y eso es totalmente agresivo. El material infantil y los juguetes son precarios y solo se pueden comprar uno en cumpleaños y dos en Navidad. «Todo esto que están pidiendo existía, no es nada nuevo», remarcan las familiares. Otras demandas son la calefacción en invierno, un cercado para las escaleras y quitar la verja de hierro.

Kontxi Ibarreta comenta que al principio vivió muy mal el hecho de pensar que iba a tener un nieto en prisión. «Fue un palo muy gordo. Luego ves a la criatura y eso no tiene nombre. Y ves que tanto la madre como la hija están bien, que la pequeña se está desarrollando bien y que ellas en su mundo son felices. Entonces, lo llevas bien, como la cárcel, que es un palo enorme, pero te acostumbras y cuando ves que hay salud, que son fuertes y hay un final, lo llevas hasta bien».

La niña va a cumplir tres años y a la madre le quedará todavía un año de cárcel. «Va a ser muy duro, pero es un año y ahí estaremos para ayudarle», asegura su ama.