Dabid LAZKANOITURBURU
ELECCIONES BRITÁNICAS

EL UKIP NO NECESITA ESCAñOS PARA VENCER POLÍTICAMENTE

Si atendemos a los resultados que le auguran, las de mañana no son las elecciones del UKIP. Pero tras su éxito en las europeas de 2014, el partido xenófobo ha reforzado su posición a la hora de condicionar el debate o en torno a la inmigración y a la cuestión europea.

El sistema electoral mayoritario que rige en las elecciones generales británicas (se elige a un diputado por cada una de las 650 circunscripciones) condenará al Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés) a ser poco más que un convidado de piedra en los comicios de mañana. Con unas expectativas de a lo sumo tres diputados –el propio Nigel Farage ha asegurado que abandonará el liderazgo de la formación xenófoba, ultraderechista y anti-UE si no logra su escaño–, las encuestas le auguran un 13% de los votos.

Lejos, en todo caso, del 20% que le anticipaban los primeros sondeos, y más lejos aún de su éxito abrumador en las elecciones europeas del año pasado. Con todo, y contando con que los conservadores y laboristas siguen polarizando, aunque de forma más menguada, este tipo de elecciones, el tercer puesto que el 13% de los votos augura al UKIP es un resultado nada desdeñable.

Casi con toda probabilidad, el UKIP no contará para nada en el paisaje poselectoral fracturado previsto tras el cierre de las urnas el 7 de mayo. En este sentido, el SNP, que todo apunta que barrerá en las circunscripciones escocesas, e incluso, y pese a su anunciado batacazo, los liberaldemócratas del viceprimer ministro, Nick Clegg, pueden ser los árbitros de la contienda que se abrirá ante la improbabilidad casi científica de que un partido logre la mayoría para gobernar.

Influencia creciente

Pero que el UKIP vaya a mirar ese partido desde el banquillo no implica un menoscabo a su influencia. Al contrario. Con poco más de 20 años de vida, este partido ha logrado condicionar la agenda política británica imponiendo sus temas estrella a las principales formaciones políticas del país. Y todo apunta a que influirá directamente en los resultados que van a obtener mañana tanto laboristas como tories o viceversa.

Al lograr cuatro millones de votos y un 27% de los sufragios en las elecciones al Parlamento de Estrasburgo, el UKIP se convirtió en la fuerza política más votada en mayo de 2014. Como dato que destacaron entonces los historiadores, era la primera vez que un nuevo partido vencía en unas elecciones de ámbito estatal desde 1929, cuando unos novatos laboristas alcanzaron por vez primera el poder.

¿Cómo pudo lograr semejante éxito una formación que hace bandera de la xenofobia y del recelo a la Unión Europa y que defiende el neoliberalismo extremo tatcheriano?

El UKIP nació en 1993 en la London School of Economics un año después de que John Mayor, el primer ministro tory entre 1990 y 1997, se aviniera a firmar el Tratado de Maastricht sobre la integración política de la UE. En esta línea, fue una reacción de descontento del ala más a la derecha del Partido Conservador, compuesta por nostálgicos de la conocida como «Dama de Hierro» –descabalgada del poder precisamente por Mayor– y euroescépticos hasta el extremo. El propio Farage había sido militante conservador y esta pulsión persiste entre los tories, como lo demuestran los dos tories desertores que se pasaron al UKIP y lograron para esta formación sus dos escaños en Westminster en sendas elecciones parciales.

Desde el primer momento, el UKIP ha sido visto como un partido de nuevo cuño que cosecha votos entre los conservadores euroescépticos y la clase media que añorarían los tiempos en que los ingleses reaccionaban a la niebla en el Canal de la Mancha señalando que era el continente, y no la isla, el que quedaba aislado.

Mucho se ha escrito sobre el desamor entre Gran Bretaña y Europa y no cabe duda de que el euroescepticismo, término acuñado en los ochenta por el “Times”, es, en palabras del profesor de la Universidad de Chichester, Oliver Daddows «mucho más visceral, instintivo y emocional» entre los ingleses que ente otros pueblos del continente europeo.

No hay duda de que los factores históricos tienen su peso. Pero tanto o más pesa la idea de la City que circunscribe la UE a una unión económica y recela de todo tipo de cesiones políticas a Alemania y Francia.

Es evidente que la oposición al ingreso en la UE, o mejor dicho la exigencia de salida inmediata de la Unión, junto con una cierta nostalgia por un viejo imperio, el británico, que desde la II Guerra Mundial es historia, es una seña de identidad del UKIP, pero no es la única.

Abiertamente xenófobo

Junto a ella, y directamente relacionada con la anterior, destaca una oposición frontal a la inmigración y una preocupación, que mezcla ciertas dosis de realidad con sentimientos irracionales, por los efectos de la ese fenómeno en la sociedad británica.

Y ahí es donde el UKIP apela a un electorado tradicional, el que creció antes de la década de los setenta y sesenta del pasado siglo y que lo hizo en una sociedad casi totalmente blanca y en la que en todo caso tenía poco contacto con inmigrantes o refugiados procedentes de otros países o viejas colonias (indios, paquistaníes...).

Por contra, en los albores del siglo XXI, y coincidiendo con la gran ampliación de la UE al centro-este de Europa, este electorado percibe que inmigración y Europa llegan de la mano. Fue el debate conocido con el término del «fontanero polaco». Gran Bretaña vio cómo llegaban 100.000 inmigrantes de los ocho nuevos países de la UE cada año, hasta alcanzar los dos millones actuales.

Si a ello sumamos que Gran Bretaña sigue recibiendo 300.000 inmigrantes cada año –y que ha registrado un repunte desde el inicio de la crisis global en 2008–, las cifras se convierten fácilmente en demagogia, Porque, contra todos los prejuicios, no hay dato alguno que sugiera que los inmigrantes supongan carga alguna para el erario público. Al contrario.

Otra cosa son los evidentes problemas que ha generado que la nueva inmigración ya no se limite a quedarse en Londres y en el sudeste del país y que haya llegado a la Inglaterra rural, con los correspondientes problemas de acomodo y de interrelación social. La pequeña ciudad de Boston, cuya cifra de inmigrantes aumentó un 467% en 10 años, es el paradigma de ello y del filón de votos que todo ello supone para el UKIP.

El electorado abandonado

Sin embargo, el éxito político del UKIP no se explica sin una tercera pata, que es a la postre la que explica la virulencia de las otras dos. Y es que responde a una profunda insatisfacción con los partidos. Y no solo con sus modos de gestionar la inmigración o la crisis económica actual.

Esta crisis ha terminado de dejar en la estacada a un tipo de elector, mayor, blanco y de clase trabajadora, que paradójicamente comenzó a ser abandonado a su suerte en la era Thatcher, la misma que añora el partido al que ahora votan. Ocurre que fue el reinventor del laborismo (la Tercera Vía), Tony Blair, quien le dio el segundo golpe. Y ellos no lo olvidan.

Si a ello sumamos el cambio en los valores imperantes que ya a más largo plazo se ha registrado en Gran Bretaña nos encontramos ante un electorado que se siente doblemente abandonado y que se indigna cuando es tachado de intolerante por rechazar cuestiones como la igualdad de género y los derechos de las parejas del mismo sexo, entre otros. Farage y su UKIP han sabido canalizar ese descontento. Y no dudarán en rentabilizarlo políticamente.

 

FARAGE AMENAZA CON IRSE AHORA QUE LOS GRANDES PARTIDOS HACEN SUYA SU AGENDA

Suena a paradoja pero Nigel Farage ha asegurado –«amenazado con»– que abandonará la primera línea de la política si no sale elegido por la circunscripción de South Thanet, en el condado de Kent, del que es oriundo y que está situado en la costa este de Inglaterra.

Eurodiputado desde 1999 –«hay que romper la UE desde dentro», sostiene–, obtuvo solo un 5% de los votos en 2005. Diez años después, encabeza los sondeos con un 39% pero es seguido de cerca por los candidatos conservador y laborista (cada uno con un 30%). Los indecisos y el voto oculto serán decisivos, pero la grave crisis que atraviesa la circunscripción, con un alto nivel de paro y bajos sueldos tras la marcha en 2011 de la farmacéutica Pfizer, ofrece, junto con los discursos alarmistas sobre inmigración y servicios sociales, un escenario ideal para la victoria del UKIP.

Mientras las malas lenguas especulan sobre la mala salud del líder de la formación ultraderechista, pocos recuerdan que fue precisamente su vuelta al liderazgo del partido en 2010 lo que catapultó al UKIP y lo ha convertido no solo en una fuerza política con millones de seguidores sino con una doble capacidad para, de un lado, arañar y poner en peligro las expectativas electorales tanto de los conservadores como de los laboristas y, de otro, para obligarles a modificar su agenda y virar su centralidad política en asuntos como la inmigración.

En esta línea, el UKIP puede lograr que Cameron no revalide la victoria por la mínima de sus candidatos en algunas circunscripciones, lo que hace peligrar su permanencia en Downing Street.

Los laboristas de Miliband no están más tranquilos. En las europeas de 2014, el UKIP logró más del 35% en feudos tradicionalmente laboristas y de cara a mañana se han identificado seis escaños laboristas donde el UKIP ganó entonces en voto popular.

Habida cuenta de que el futuro Gobierno puede depender de un puñado (o acaso menos) de escaños, los nervios están a flor de piel.

Lo que explica que Cameron haya reiterado en campaña su plan de llevar a referéndum en 2017 una eventual salida de la UE y que haya endurecido sus promesas para limitar aún más la inmigración.

Y Miliband no le va a la zaga y ha incluido el control de la inmigración en su decálogo electoral.

Mejor hubiera hecho el laborismo en no abandonar a su suerte al electorado trabajador tradicional británico. optando por una Tercera Vía que ha hecho jirones su credibilidad histórica y ha permitido al xenófobo y neoliberal UKIP cosechar un voto que le sirve para imponer su agenda.D.LAZKANOITURBURU